Tres.11 – Capítulo 2 – La puesta de sol

La casa de mis padres estaba bastante dañada, especialmente la parte frontal donde se encontraba la piscina y la cochera, además de una enorme grieta en el suelo que cruzaba totalmente la casa, desde el salón hasta el patio interior. No tardé mucho en subir hasta la azotea de la casa para poder apreciar desde su punto más alto todo los alrededores de la zona. Podía ver las grandes olas que, como era costumbre, hacían vibrar toda la casa, pero esta vez estaban mucho más cerca de lo que recordaba; el mar ya había entrado unos 100 metros más de lo habitual luego del terremoto. Mientras la placa de Lima se hundía, esta zona iba levantándose ligeramente, aunque ya sabíamos que en breve el mar se apoderaría de toda la urbanización. El viento soplaba algo frío, cerré los ojos y pude escuchar a lo lejos algunas aves que aún venían a la zona, emigrando como era costumbre para ellos. El olor del mar me llevó a aquellos años que disfruté en esa casa, con mi familia, con mis amigos, con el sol y mucha felicidad. Me quedé ahí varios minutos, respirando, escuchando y recordando. Por muchos años deseaba tener esos minutos, en ese mismo lugar y totalmente solo, me hacía falta quitar todo el dolor acumulado en tantos años desde aquel terremoto.

De pronto, mi madre interrumpió ese momento de silencio – «¿Estás bien hijo?» – me preguntó logrando que salte ligeramente por el susto a causa de la repentina pregunta. «Si mamá, estoy bien» – le respondí. Se acercó a mí, tomó mi mano y se apoyó en mi hombro para unirse a mi momento con el panorama del mar, las aves y casas destruidas frente nuestros ojos.

2 días después de mi llegada a Lima, decidí organizar mi visita al Malecón de Barranco, bueno en realidad a lo que quedaba de él, pues los derrumbes había arrasado con gran parte del famoso malecón y los acantilados habían cambiado en su totalidad. Desperté un poco nervioso, confuso e intrigado, pues aún me retumbaba en la cabeza esas palabras de mi antiguo profesor,  que ahora mismo se vería mucho más mayor (como de unos 70 años) y no me cabía en la cabeza la probabilidad ni la casualidad de poder encontrarlo hoy mismo en el mismo lugar, a la misma hora y tal como él lo “predijo”, y menos aún con una apariencia más joven que hace 25 años.

Mi padre me preguntó si quería que me acompañe, pero le comenté que todo estaría bien y que me cuidaría; no era lejos aunque algo complicado llegar al lugar debido a la falta de caminos adecuados para transitar. Había que usar unas bicicletas montañeras, preparadas para recorrer trochas y caminos complicados, un medio de transporte que muchas personas comenzaron a usar a falta de gasolina, petróleo o gas, además la energía solar se había apoderado de prácticamente todo el mundo luego de los grandes desastres naturales. Era curioso que durante todo el tiempo que viví en Lima, nunca usé bicicleta para transportarme por la ciudad, mientras que en Europa era lo más práctico, barato y ecológico. El terrible tráfico que tenía Lima y especialmente la avenida Huaylas, por donde debía transitar, hasta los pantanos de villa, era siempre terrible y con autos que no respetaban la velocidad adecuada, lo que la convertía en una zona peligrosa para ir en bicicleta y muy contaminada para la salud.

Tardé aproximadamente dos hora en llegar hasta la zona que era el antiguo malecón de Barranco , la ruta no sólo era complicada por la humedad o el barro, sino también porque me detenía cada instante a observar las agrupaciones de familias en “comunas” y como mostraban toda clase de esperanza en poder seguir viviendo ahí o en la fe que algunas personas tenía en volver a ver a sus seres queridos y desaparecidos ya hace varios años.

Una mujer anciana, quien me ofreció una botella de agua fresca a cambio de una manta muy ligera que llevaba conmigo, me comentó que ella no se movería de ahí, que soñaba con volver a ver a sus hijos que vivían en el extranjero y que no sabía nada de ellos desde el terremoto. Era difícil cada momento en Lima desde mi llegada, cada minuto, cada segundo, no sólo por lo que mis ojos veían, sino también porque mis sentimientos se ponía a flor de piel con cada historia o conversación que tenía en apenas 48 horas desde mi llegada.

Las olas del mar se veían más grandes de lo normal, “el malecón”, improvisado con maderas y cañas para proteger a los visitantes de no atravesar más allá de lo permitido y no arriesgar sus vidas al borde de un débil acantilado a punto de caerse, estaba lleno de gente, parecía que era el punto turístico perfecto en donde decenas de personas llegaban cada día y desde donde se hacía fotos con los mini-dron solares y los nuevos Fly-GoPro que no sólo usaban la energía solar, sino también el oxígeno para volar. Yo decidí esperar un poco hasta tener más espacio libre cuando los buses se llevasen a los turistas a otra zona. Las nubes cubrían el sol que aún no se había ocultado en el horizonte, en unos 30 minutos sería la hora exacta de la puesta del sol y, como el clima parecía no mejorar y era casi imposible disfrutar de un atardecer sin nubes, los turistas y casi todos los visitantes empezaron a subir a sus buses, autos y medios de transporte para retirarse decepcionados y lentamente.

Prácticamente todos habían ido del lugar y yo ya había pasado más de 2 horas sentado en un tronco de un árbol caído, mirando el mar y las olas reventando justo debajo del acantilado, ahí donde anteriormente existía las pistas, playas, túneles y restaurantes de la costa verde. No quedaba nada, solo la furia del mar y las olas que levantaban una fuerte brisa hasta mi posición.

Miré a mi alrededor y entonces decidí ir por mi bicicleta y retomar mi vuelta a casa. Cuando le di la espalda al mar y empecé a caminar hacia donde había dejado atada mi bicicleta, un ligero sismo sacudió Lima nuevamente. Me detuve algo nervioso y me giré para correr hacia el acantilado, en ese preciso momento el sol apareció justo entre el mar y bajo las nubes que durante horas lo habían cubierto. Una fuerte luz llegó a mis ojos casi cegándome  y obligándome a levantar mi mano derecha para hacer sombra a mis ojos pero no me detuve hasta llegar al muro de cañas y madera al borde del acantilado. – «Maravilloso atardecer» – escucho de pronto una voz algo roca pero muy clara. Giro ligeramente la cabeza a mi derecha y a apenas un par de metros un hombre yacía de pie observando directamente hacia el mar y el sol. Parecía de unos 50 años, blanco y con el cabello negro, no lo había visto ahí en los últimos minutos pero simplemente atiné a responder amablemente mientras sonreía por tener la suerte de disfrutar de ese bello momento que el planeta me regalaba nuevamente – «Si, ¡increíble!» – respondí sin quitar los ojos del horizonte, donde el mar y el sol parecían fundirse y creando colores hermosos en parte del cielo y las nubes que ya no eran gises como unos minutos atrás. – «Tenía muchas ganas de venir a ver el atardecer de Lima» – comenté sin razón alguna al completo desconocido a mi lado. Pero él no respondió, simplemente siguió contemplando cada minuto del atardecer hasta que el sol quedó completamente cubierto por el mar. Nuevamente pude sonreír y por unos minutos olvidar toda la tragedia que me rodeaba y que inevitablemente podía cambiar. Satisfecho y feliz por haber visto el atardecer, me giré nuevamente para dirigirme hacia mi bicicleta y, apenas di un par de pasos, escucho nuevamente al desconocido decir en voz alta – «Me imagino, luego de tantos años» – Me detuve inmediatamente y giré mi cabeza hacia el hombre y pregunté algo confuso – «¿perdón? ¿me hablaba a mí?» – pero él no respondió a mi pregunta, simplemente continuó su frase anterior – «No debe ser fácil volver después de tantos años a Lima y frente a tus ojos ver este hermoso atardecer mientras que a tu espalda la ciudad no es como la última vez que la viste el 2017» – dijo. «Nada fácil» – respondí y continué mis pasos hacia mi bicicleta hasta que me detuve intempestivamente y sin girar le dije – «¿Cómo sabe Usted que he vuelto luego de muchos años?» – y giré rápidamente hacia él, pero ya no estaba de pie en el mismo lugar, se iba alejando lentamente siguiendo el borde de las cañas y maderas del malecón. Caminé rápidamente hacia él y le pregunté – «hey, hey, Perdone, ¿nos conocemos?» – y entonces se giró hacia mí y me miró directamente a los ojos. No parecía de 50 años como en el primer momento lo había creído, parecía de unos 30 años, ojos café y cabello negro, blanco y de estatura mediana. Es posible que con la emoción del atardecer y los fuertes rayos del sol, no haya prestado atención en sus rasgos. – «Te dije que no me reconocerías» – dijo mientras lanzó una corta carcajada.

Mi piel de gallina y los pelos de los brazos erizados delataban el repentino cambio de estado de todo mi cuerpo, de estar relajado y feliz a estar asombrado y con escalofríos. A mi corazón lo podía escucharlo latir fuertemente y con la respiración cortada; abrí los ojos asombrado mientras fruncía el ceño – «¿Profesor Oscar?» -dije con mucha dificultad. –  «Oscar, ya no soy más tu profesor» – dijo lanzando nuevamente una suave carcajada.

«Pero, ¿cómo es posible?, ¿es una broma?» – Pregunté unos segundos después de quedarme callado, mirándolo de pies a cabeza y exhalando fuertemente por la boca.

«¿Es que ya no recuerdas lo que te dije en el año 2000?» – Responde Oscar con otra pregunta y enseguida comenta algunas frases que me dijo en aquel año de mis estudios.

Mi mente empezó a viajar al pasado, exactamente al tiempo en donde hablábamos de todo sobre el futuro, tecnología, nuevos descubrimientos, tragedias y vidas extraterrestres. Empecé a recordar cada conversación que mantuvimos, como si mi mente hubiese guardado en un cajón todo esos recuerdos y ahora eran tan frescos como si hubiese sido ayer.

Dio dos pasos hacia mí y yo reaccioné dando dos pasos atrás, me miró fijamente y me dijo – «No tienes nada que temer, recuerda todo lo que hablamos alguna vez, te dije que muchas cosas cambiarían y que lamentablemente serían para mal, es por eso que intentamos solucionar todo lo mal que funciona el mundo, aunque no todo tenga solución, nosotros creemos que hay mucho por rescatar. Ahí es donde tu juegas un papel importante.»

 

Continua…

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Un comentario en “Tres.11 – Capítulo 2 – La puesta de sol

  1. El malecon tiene tantas historias de tantos amaneceres que vimos en nuestros mejores anos cuando solo teniamos que estudiar, viviamos con nuestros padres y hermanos… pero lo mas lindo son los grandes amigos como tu. Fue Hermoso leerte😘

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