Caminaba una mañana por el parque de la ciudadela de Barcelona cuando de pronto escuché a lo lejos el toque de un berimbau con una canción de capoeira, como era lógico, me acerque a observar y disfrutar del show que se realizaba. Había muchas personas alrededor observando a los capoeiristas, jóvenes, niños, adultos. La música, los movimientos; ya la alegría había hipnotizado a los espectadores que disfrutaban de la roda de capoeira.
Entre la multitud, había un niño con un problema psicomotriz, no lograba controlar sus movimientos por un daño cerebral que tenía desde su nacimiento, podía mantenerse en pie y caminar sin problema pero en ese momento observaba seriamente el juego de capoeira y a su hermano que era uno de los capoeiristas.
De pronto el profesor que dirigía la roda de capoeira, lo invitó a salir a jugar con él, el niño no se negó y cogiéndolo de las manos lo ayudó a hacer algunos movimientos básicos mientras todos alrededor seguían cantando y tocando palmas. El niño empezó a sonreír y su hermano, padres y amigos alrededor empezaron a emocionarse. Fué un momento muy agradable verle disfrutar de un momento que seguramente él quería experimentar y que finalmente lo estaba haciendo.
Unos meses después fui invitado al batizado (bautizo) de los nuevos alumnos de ese mismo grupo de capoeira. Para mi sorpresa, el niño de unos meses atrás estaba con su uniforme blanco de capoeira y entre todos los alumnos del grupo. La ceremonia se realizó como siempre, cada alumno nuevo recibe su cuerda (que se le entrega a los alumnos nuevos cuando ya han pasado un entrenamiento básico) y enseguida, uno a uno, juega con uno de los invitados de graduaciones altas. El niño observaba, alegre, a cada uno de sus amigos que iban recibiendo las cuerdas, aplaudia mejor y se le veía feliz.
Al terminar la entrega de cuerdas, el profesor organizador dice: “Ahora quiero hacer la entrega de esta cuerda” – mostrando una cuerda de capoeira a lo alto – “a un alumno que no sólo ha aprendido de capoeira durante estos meses, sino que además nos enseña día a día que no existen barreras para hacer lo que nos proponemos” y enseguida menciona el nombre del niño que sorprendido lo ayudan a ir al centro de la roda. El público empezó a aplaudir fuertemente – “Bravo, bravo” – silbaban y lanzaban palabras de aliento y felicidad. La madre mostraba su emoción tapándose la boca y con las lágrimas en los ojos y los hermanos y amigos también mostraban su emoción.
El profesor le puso la cuerda en la cintura y lo levantó lo más alto que pudo mientras que el niño sonreía, estaba realmente feliz. Los compañeros corrieron a abrazarlo y la gente realmente entregaba toda sus expresiones de afecto y gratitud por el ejemplo que el niño nos daba, especialmente a todos los que nos quejamos cuando creemos que existen cosas que no podemos hacer. Todo es posible mientras lo desees.